divendres, 18 de març del 2011

El florecer de los árboles

Dingé es un pequeño pueblo pequeño, perezoso, situado a 35 kilómetros al sur de Rennes, en la Bretaña francesa. Un lugar casi idílico, si no fuera por las tormentas, la influencia de la marea alta y el carácter adusto. El pueblo en cuestión no tiene mar ni montaña, pero se deja llevar por las tendencias. Tiene una calle empedrada que surca la carretera hacia el Norte. A los lados de esa misma carretera se encuentran el farmacéutico, el enterrador, el panadero, el café…y poco más. Los otros víveres se consiguen por solidaridad y trueque.
Allí fueron a parar los Pena, una familia de refugiados españoles, venidos del exilio de una cruel y devastadora guerra civil. La guerra se lo había quitado todo: posibilidades de trabajo, soporte familiar, recuerdos, amigos, idioma y ganas de vivir en general. Estaban derrotados.
Pero eran tres y se salió adelante.
Ese mes de marzo de 1939 la vida parecía que volvía a tomar sentido. Sólo con ver florecer los árboles había bastante para seguir.
Enseguida encontraron trabajo, porque la guerra necesita manos. Josefina empezó como limpiadora en casa del notario, y Vicente entró a trabajar talando árboles para las fábricas industriales. Así, escondidos, a salvo de represalias y con el pequeño Gerardo correteando con dos años y poco, empezaron a reconstruir su vida.
Los rumores no eran sin embargo nada esperanzadores. Hitler estaba sopesando cómo materializar sus ansias de poder en el conjunto de Europa, y en España la división al interior del bando republicano era tan evidente, y la fuerza de los nacionales tan clara, que la rendición de Madrid, último bastión de la República, era un hecho consumado.
Los paseos en bicicleta por "l’étang du Boulet", el camino al lado del río donde los árboles empezaban a echar su flor, eran lo único que alejaba los malos pensamientos de la cabeza del Señor y la Señora Pena en aquella primavera de 1939.

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