diumenge, 3 d’abril del 2011

Un paseo por las nubes

Josefina le deslizó el niño a Arturo, se apoyó en una piedra, y empezó a subir la montaña. Delante iba Juan, abriendo camino, seguido de un vecino de Barcelona que en el último momento se había apuntado a la travesía. Después de Josefina, que llevaba al pequeño en brazos, Arturo cerraba la fila. Habían desayunado pronto, a eso de las siete en el hostal, y pensaban que con suerte, podrían llegar a su destino hacia el final de la tarde. Con el dinero que Juan tenía podrían pagar lo necesario para que les trasladaran.
Arturo no tenía mucho miedo. Seguía a su padre, y por fin éste había entendido las ansias que su hijo tenía de poder contribuir, de ser útil con todo lo que estaba pasando. Se había tenido que pelear con él en algunas ocasiones porque él quería estar con su familia y con él, pero su padre prefería que siguiera los estudios. Después de estar separados por pocos kilómetros pero por un frente sin piedad en la misma provincia de Huesca, por fin había conseguido que su padre le tomara en serio y se reuniera con él para pasar la frontera.
Hacía calor. A eso de las doce se sentaron a descansar y sacaron los bocadillos y la bota. Desde allá arriba, el pirineo navarro se mostraba en todo su esplendor.
-Detrás de esa colina, si no voy equivocado, estará la frontera. Ya nos falta menos.
El señor de Barcelona sudaba, callado, pero su cara delataba ansiedad.-No creo que sea buena idea pasar, Juan, los requetés están por todas partes, y si nos pillan antes de cruzar nos fusilarán a todos.
-No tiene porque pasar nada, dijo Arturo. Su padre le hizo señal para que callara. -Si quieres puedes volver, estás a tiempo-le dijo. El hombre se levantó, y sin mirar atrás echó colina abajo retomando el camino de vuelta.
A eso de las cuatro y media, los viajeros llegaron a un puesto de vigilancia.
-Donde van? Dos hombres con uniforme requeté y fusiles en las manos les contemplaban, sentados en una improvisada y desconchada garita desde donde se divisaba toda la zona de la frontera. El sol era abrasador.
-A dar un paseo, al crío le viene bien el aire, y a nosotros estirar las piernas.
-Por ahí ya no hay nada más, sólo la frontera y algún campo yermo.
-Bueno, seguiremos un rato y luego volvemos.
-Déjenos al crío. Nosotros le cuidaremos. Si se pone a llorar en el medio del camino, les va a fastidiar la caminata.
-Bueno, ya le daremos la bota!-dijo Juan entre risotadas.
A eso de las ocho, a punto empezaba a oscurecer, Arturo vio el humo de una chimenea. Al llegar abajo se encontró con una casa, y en el portal un hombre sentado fumando pipa.
-Nous..sommes… France? dijo, con los pocos conocimientos que tenía de aquel idioma.
-Oui, oui,-dijo el hombre- Passez vous reposer. Vous avez l’ air fatigué…

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